La IA te hace más rápido… y más torpe (si no te das cuenta)
La inteligencia artificial (IA) nos acelera, pero también nos adormece. Mientras más le delegamos más cómodo se vuelve depender de ella.
Las opiniones expresadas por los colaboradores de Entrepreneur son personales.
Conclusiones Clave
- La comodidad también atrofia: habilidades que antes eran naturales se oxidan sin que lo notemos.
Empiezo con un ejemplo tan común como corriente. Antes sabíamos de memoria
los teléfonos de nuestros papás, de la pareja, de los amigos. Hoy muchos no
recuerdan ni el propio. Antes trazábamos rutas y mapas en la cabeza: “subes por
tal avenida, das vuelta en el OXXO, luego a la izquierda”. Ahora abrimos Maps
hasta para ir a la panadería de la esquina. Antes, para hacer una división larga, solo necesitabas papel y pluma. Hoy se la dictas a ChatGPT y, si se atora, nos
sentimos inútiles.
La comodidad también atrofia.
Y es normal.
Con la IA generativa el cambio ha sido tan rápido, como silencioso. Un día le pides
título para un correo, al siguiente un párrafo, y luego un correo completo; después,
“hazme tres versiones y elige la mejor”. Cuando te toca escribir dos líneas sin
abrir la herramienta… te quedas en blanco. No es flojera; es hábito. Y el hábito
cobra intereses: menos memoria operativa, menos síntesis, menos criterio.
Cuando la comodidad nos vuelve más lentos
Lo vi primero en mí. Empecé delegando cositas —ideas, títulos, resúmenes— y la
velocidad se volvió adictiva. Hasta que noté que ese ahorro en tiempo me pasaba
la factura: más pasos para llegar a lo que antes salía directo. Es algo a lo que
llamamos deuda cognitiva. Te presta claridad hoy; te cobra capacidad mañana.
Se siente en cosas chiquitas. Ortografía que ya no corriges tú. Ideas que ya no
desarrollas tú. Contextos que pegaste solo por no recordar el dato que antes
sabías. Y una alarma discreta: “sin la herramienta, no me sale”. Ese “no me sale”
es la línea que no conviene cruzar.
Porque más allá del impacto personal, quiero que lo lleves al contexto profesional.
Un vendedor que solo rebate objeciones con frases generadas por Gemini
empieza a sonar igual que todos los demás. Un analista que nunca cruza datos “a
mano” pierde ojo para detectar errores. Un gerente que confía tanto en el resumen
automático deja de escuchar el matiz que cambia una decisión. Un creador de
contenido que depende del guion perfecto generado por la IA, se queda sin voz,
sin idea, sin saber que decir cuando la cámara se enciende.
Relacionado: IA generativa para emprendedores: ¿automatización real o procrastinación con esteroides?
Dependencia no es eficiencia
Y si no te haces consciente de esto, estás perdiendo la partida.
No se trata de satanizar la IA. Todo lo contrario. La uso diario y doy conferencias y
talleres por todo el país de la importancia de usarla en todos los ámbitos de la
vida. Se trata de reconocer el riesgo humano: si tercerizas la práctica, se te atrofia
el músculo. Y ese músculo —memoria, cálculo mental, escritura clara, escucha
profunda, criterio— sostiene lo demás.
Piensa en cómo aprendimos de niños. Primero sumabas con los dedos, luego
sobre el papel, más adelante en la cabeza, y la calculadora llegó después. La
calculadora te ahorra tiempo, sí, pero no te enseña a pensar. Si inviertes el orden,
te vuelves rápido… y frágil.
Una imagen sencilla: usar IA como escalera está bien; vivir en la escalera no.
Porque el día que se tambalee, te caes con todo y proyecto.
Relacionado: ¿La IA está eclipsando tu propia inteligencia? Esto es lo que debes cambiar
¿Cómo evitar perder las habilidades clave sin renunciar al avance? Con pequeños
anclajes. Escribe tú el primer borrador de algo importante una vez a la semana.
Solo una página, sin IA. Da una ruta sin mapas a un lugar que ya conoces y nota
por dónde te guía la memoria. Haz una división larga de vez en cuando; sí, en
serio, es para mantener el cableado funcionando. Cuenta una idea en voz alta sin
leer. Capta cómo suena tu propio razonamiento.
Tu voz no es un archivo; es un músculo.
No lo abandones.
Para equipos de trabajo, el antídoto no es otro software, es un acuerdo. Define
tareas que la IA puede levantar (minutas, borradores, transcripciones) y tareas que
solo debe acompañar (precios, disculpas públicas, políticas). No es capricho: hay
decisiones donde el criterio no se delega. Define también qué nunca va al chat
—datos sensibles, contraseñas, información clave— para que la cabeza no
malgaste energía dudando.
Recuerda que la IA está para asistirte, nada más.
No al revés.
Otro punto del que no se habla: identidad. Si dejas que la herramienta complete
siempre tus frases, tu voz, tu mensaje, tu visión única, se desdibuja. Y con ella, tu
manera de conectar con el mundo. Ese es el costo que no aparece en ningún
dashboard. Una marca —personal o empresarial— necesita convicciones, no solo
redacción impecable. La IA puede limpiar el vidrio; tú decides qué hay detrás.
No romantizo el “todo a mano”. Hay días en que la IA te salva: una síntesis clara a
las 8:40 p. m., un correo de cobranza sin vueltas, un guion para no repetirte. Bien.
El problema empieza cuando esas muletas se vuelven piernas. Cuando sin ellas
ya no caminas.
Haz un chequeo honesto esta semana. Tres preguntas: ¿qué tarea hago hoy
mejor gracias a la IA? ¿qué habilidad he perdido porque dejé de practicarla? ¿qué
parte de mi trabajo “no me sale” si la herramienta falla? No busques culpas; busca
límites. Si la respuesta te incomoda, ahí hay algo en lo que debes trabajar.
Y sí, esto también aplica para empresas. Si el equipo pierde oído para el matiz, ojo
para el dato raro y pulso para escribir claro, todo se vuelve más lento cuando
cambia la jugada. Un cliente pide un ajuste fuera de libreto, un proveedor sube
costos, una crisis explota en WhatsApp y hay que responder en minutos. A la hora
de la verdad, el que conservó músculo, decide. El que no, espera…
La IA vino a acelerar. No a pensar por ti.
Aprovéchala, pero no le cedas el control.
Si la tratas como copiloto, te acerca. Si la sientas al volante, te descompone. La
diferencia está en hábitos pequeños, repetidos, humanos. Desconéctate de la
Matrix, practica sin red. Recuerda tus rutas. Escribe con tus propias palabras. Haz
una cuenta mental de vez en cuando. Suena básico; pero sostiene tus habilidades.
El capital crítico no es la máquina, es tu criterio para utilizarla a tu favor.
Relacionado: La IA no te reemplazará — pero tu previsibilidad sí. Así es como puedes volverte irremplazable
Conclusiones Clave
- La comodidad también atrofia: habilidades que antes eran naturales se oxidan sin que lo notemos.
Empiezo con un ejemplo tan común como corriente. Antes sabíamos de memoria
los teléfonos de nuestros papás, de la pareja, de los amigos. Hoy muchos no
recuerdan ni el propio. Antes trazábamos rutas y mapas en la cabeza: “subes por
tal avenida, das vuelta en el OXXO, luego a la izquierda”. Ahora abrimos Maps
hasta para ir a la panadería de la esquina. Antes, para hacer una división larga, solo necesitabas papel y pluma. Hoy se la dictas a ChatGPT y, si se atora, nos
sentimos inútiles.
La comodidad también atrofia.
Y es normal.
Con la IA generativa el cambio ha sido tan rápido, como silencioso. Un día le pides
título para un correo, al siguiente un párrafo, y luego un correo completo; después,
“hazme tres versiones y elige la mejor”. Cuando te toca escribir dos líneas sin
abrir la herramienta… te quedas en blanco. No es flojera; es hábito. Y el hábito
cobra intereses: menos memoria operativa, menos síntesis, menos criterio.
Cuando la comodidad nos vuelve más lentos
Lo vi primero en mí. Empecé delegando cositas —ideas, títulos, resúmenes— y la
velocidad se volvió adictiva. Hasta que noté que ese ahorro en tiempo me pasaba
la factura: más pasos para llegar a lo que antes salía directo. Es algo a lo que
llamamos deuda cognitiva. Te presta claridad hoy; te cobra capacidad mañana.
Se siente en cosas chiquitas. Ortografía que ya no corriges tú. Ideas que ya no
desarrollas tú. Contextos que pegaste solo por no recordar el dato que antes
sabías. Y una alarma discreta: “sin la herramienta, no me sale”. Ese “no me sale”
es la línea que no conviene cruzar.
Porque más allá del impacto personal, quiero que lo lleves al contexto profesional.
Un vendedor que solo rebate objeciones con frases generadas por Gemini
empieza a sonar igual que todos los demás. Un analista que nunca cruza datos “a
mano” pierde ojo para detectar errores. Un gerente que confía tanto en el resumen
automático deja de escuchar el matiz que cambia una decisión. Un creador de
contenido que depende del guion perfecto generado por la IA, se queda sin voz,
sin idea, sin saber que decir cuando la cámara se enciende.
Relacionado: IA generativa para emprendedores: ¿automatización real o procrastinación con esteroides?
Dependencia no es eficiencia
Y si no te haces consciente de esto, estás perdiendo la partida.
No se trata de satanizar la IA. Todo lo contrario. La uso diario y doy conferencias y
talleres por todo el país de la importancia de usarla en todos los ámbitos de la
vida. Se trata de reconocer el riesgo humano: si tercerizas la práctica, se te atrofia
el músculo. Y ese músculo —memoria, cálculo mental, escritura clara, escucha
profunda, criterio— sostiene lo demás.
Piensa en cómo aprendimos de niños. Primero sumabas con los dedos, luego
sobre el papel, más adelante en la cabeza, y la calculadora llegó después. La
calculadora te ahorra tiempo, sí, pero no te enseña a pensar. Si inviertes el orden,
te vuelves rápido… y frágil.
Una imagen sencilla: usar IA como escalera está bien; vivir en la escalera no.
Porque el día que se tambalee, te caes con todo y proyecto.
Relacionado: ¿La IA está eclipsando tu propia inteligencia? Esto es lo que debes cambiar
¿Cómo evitar perder las habilidades clave sin renunciar al avance? Con pequeños
anclajes. Escribe tú el primer borrador de algo importante una vez a la semana.
Solo una página, sin IA. Da una ruta sin mapas a un lugar que ya conoces y nota
por dónde te guía la memoria. Haz una división larga de vez en cuando; sí, en
serio, es para mantener el cableado funcionando. Cuenta una idea en voz alta sin
leer. Capta cómo suena tu propio razonamiento.
Tu voz no es un archivo; es un músculo.
No lo abandones.
Para equipos de trabajo, el antídoto no es otro software, es un acuerdo. Define
tareas que la IA puede levantar (minutas, borradores, transcripciones) y tareas que
solo debe acompañar (precios, disculpas públicas, políticas). No es capricho: hay
decisiones donde el criterio no se delega. Define también qué nunca va al chat
—datos sensibles, contraseñas, información clave— para que la cabeza no
malgaste energía dudando.
Recuerda que la IA está para asistirte, nada más.
No al revés.
Otro punto del que no se habla: identidad. Si dejas que la herramienta complete
siempre tus frases, tu voz, tu mensaje, tu visión única, se desdibuja. Y con ella, tu
manera de conectar con el mundo. Ese es el costo que no aparece en ningún
dashboard. Una marca —personal o empresarial— necesita convicciones, no solo
redacción impecable. La IA puede limpiar el vidrio; tú decides qué hay detrás.
No romantizo el “todo a mano”. Hay días en que la IA te salva: una síntesis clara a
las 8:40 p. m., un correo de cobranza sin vueltas, un guion para no repetirte. Bien.
El problema empieza cuando esas muletas se vuelven piernas. Cuando sin ellas
ya no caminas.
Haz un chequeo honesto esta semana. Tres preguntas: ¿qué tarea hago hoy
mejor gracias a la IA? ¿qué habilidad he perdido porque dejé de practicarla? ¿qué
parte de mi trabajo “no me sale” si la herramienta falla? No busques culpas; busca
límites. Si la respuesta te incomoda, ahí hay algo en lo que debes trabajar.
Y sí, esto también aplica para empresas. Si el equipo pierde oído para el matiz, ojo
para el dato raro y pulso para escribir claro, todo se vuelve más lento cuando
cambia la jugada. Un cliente pide un ajuste fuera de libreto, un proveedor sube
costos, una crisis explota en WhatsApp y hay que responder en minutos. A la hora
de la verdad, el que conservó músculo, decide. El que no, espera…
La IA vino a acelerar. No a pensar por ti.
Aprovéchala, pero no le cedas el control.
Si la tratas como copiloto, te acerca. Si la sientas al volante, te descompone. La
diferencia está en hábitos pequeños, repetidos, humanos. Desconéctate de la
Matrix, practica sin red. Recuerda tus rutas. Escribe con tus propias palabras. Haz
una cuenta mental de vez en cuando. Suena básico; pero sostiene tus habilidades.
El capital crítico no es la máquina, es tu criterio para utilizarla a tu favor.
Relacionado: La IA no te reemplazará — pero tu previsibilidad sí. Así es como puedes volverte irremplazable
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