El valor de lo invisible: por qué lo intangible importa más que nunca
A veces, lo más valioso no se mide con dinero ni se encuentra en un inventario.
Las opiniones expresadas por los colaboradores de Entrepreneur son personales.
Conclusiones Clave
- ¿Cuánto vale lo que no se puede tocar?
El otro día, un amigo me pidió que le explicara, con puntos y señales, qué eran exactamente las criptomonedas.
Yo, que estoy metido en el mundo de la tecnología, que incluso he jugado a “invertir” en cripto, que he ganado y perdido dinero ahí, que más o menos entiendo cómo funciona todo eso… me quedé sin palabras. O mejor dicho: me costó mucho trabajo encontrar las correctas.
No porque no supiera de qué estaba hablando, sino porque explicar lo intangible no es fácil. Es como tratar de definir el sabor del agua o el valor del silencio. Sabes que están ahí, sabes que existen, pero ponerlos en palabras concretas, medibles, contables… es otra historia.
Le hablé de blockchain, de tokens, de oferta y demanda, de minería digital. Le conté sobre la escasez programada de Bitcoin y cómo funcionan las stablecoins. Pero más allá de los tecnicismos, lo que verdaderamente me costó trabajo explicar fue por qué algo que no se puede ver ni tocar puede tener tanto valor. ¿Qué lo respalda? ¿Por qué vale lo que vale?
Y ahí me cayó el veinte: esta dificultad para explicar lo intangible no es exclusiva de las criptomonedas. Es un reflejo de la transformación que estamos viviendo.
Una transformación silenciosa, pero poderosa.
La percepción lo es todo
Hace unos días leí una columna de Juan Villoro en el periódico Reforma, donde hablaba de la economía de la atención. Aunque él lo enfocaba desde una perspectiva más cultural y mediática, el concepto me hizo mucho sentido desde lo empresarial.
Vivimos en una era donde el valor de tu empresa ya no está solo en lo que se produce, sino en lo que se percibe. Ya no basta con tener algo, ahora toma mayor relevancia el quién lo mira, cuánto tiempo le dedica, si lo comparte o no, si lo recuerda.
Lo que estamos presenciando es un cambio profundo en la forma en que entendemos y asignamos valor.
Yo mismo lo experimenté hace más de una década cuando vendí una empresa que fundé. Cuando recibí una oferta de compra, lo primero que hice fue sentarme con un contador. Revisamos inventario, cartera de clientes, activos tangibles, pasivos, proyecciones de ingresos. Había cierta lógica, cierta estructura, cierta “ciencia” detrás de la valuación. No era perfecto, pero al menos había parámetros claros.
Hoy, eso ya no es suficiente.
Hoy, una empresa puede no tener oficinas, ni almacén, ni personal fijo… y aún así valer millones. ¿Por qué? Porque tiene algo que no se puede tocar, pero que todos quieren: presencia digital.
Es ahí donde entra este concepto que cada vez deberíamos usar más: capital digital.
El capital digital es todo aquello que una empresa ha construido en el entorno digital y que genera valor: su comunidad en redes sociales, su base de datos de clientes, el tráfico a su sitio web, su posicionamiento en buscadores, sus activos de contenido (videos, artículos, podcasts), su reputación en línea, su autoridad en su nicho.
No es fácil de medir, pero es evidente cuando está bien trabajado.
Una cuenta con 10,000 seguidores reales que interactúan y compran, vale más que una con 100,000 seguidores fantasmas. Un blog con 5,000 visitas mensuales de calidad puede representar más ingresos que una tienda física en una buena avenida. Una lista de correos electrónicos segmentada, con gente que abre y responde, es más poderosa que muchos anuncios pagados.
Y sin embargo, seguimos sin verlo del todo claro.
Muchos emprendedores aún piensan que invertir en digital es “gastar en marketing” o “hacer ruido en redes”. No lo ven como lo que realmente es: construir un activo. Un activo que no solo mejora la operación del presente, sino que potencializa el valor futuro del proyecto.
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El capital digital debe formar parte de la matriz de tu empresa. Demanda estar en los presupuestos. Así como asignamos dinero para pagar renta, luz, sueldos o inventario, también deberíamos tener partidas para contenido, posicionamiento, automatización, plataformas, analítica, reputación, desarrollo web, email marketing.
Pero no se trata solo de dinero. Se trata de mentalidad.
No basta con “tener redes sociales”, hay que construir comunidad. No basta con “tener página web”, hay que generar tráfico, contenido, conversión. No basta con subir cualquier cosa, hay que construir una narrativa, una presencia, una relación real con tu audiencia. Convertir las métricas en activos digitales con un valor real para tu empresa.
Ojo, esto se extiende también a las marcas personales.
Tu LinkedIn, tu canal de YouTube, tu podcast, tu boletín, tus publicaciones… todo eso es capital. Capital que suma o resta. Capital que puede abrir puertas, atraer inversionistas, generar oportunidades o simplemente dejarte en la irrelevancia digital.
No tengas duda de que construir una marca personal sólida, como líder en tu empresa, le va a agregar un valor exponencial no solo a tu marca personal sino al capital digital de la misma. Por eso no sorprende hoy en día ver a todos los CEOs de las empresas más importantes invertir tiempo y atención en la construcción de su marca personal.
Relacionado: La marca personal del líder: un activo estratégico, no vanidad
Volviendo a la conversación con mi amigo: tal vez no logré explicarle todo sobre criptomonedas, pero salí de ahí con una certeza. No es necesario entender cómo funciona el blockchain para entender que hoy lo intangible importa tanto como lo tangible. Y que si no empezamos a construir capital digital —y a valorarlo como lo que es— estamos dejando fuera una parte crucial del patrimonio de nuestras empresas.
El valor de lo que haces ya no solo está en lo que vendes.
Está en quién te escucha, quién te sigue, quién te cree, quién te comparte y quién te busca cuando te necesita.
Lo que no se ve… también vale. Y muchas veces, más de lo que crees.
Conclusiones Clave
- ¿Cuánto vale lo que no se puede tocar?
El otro día, un amigo me pidió que le explicara, con puntos y señales, qué eran exactamente las criptomonedas.
Yo, que estoy metido en el mundo de la tecnología, que incluso he jugado a “invertir” en cripto, que he ganado y perdido dinero ahí, que más o menos entiendo cómo funciona todo eso… me quedé sin palabras. O mejor dicho: me costó mucho trabajo encontrar las correctas.
No porque no supiera de qué estaba hablando, sino porque explicar lo intangible no es fácil. Es como tratar de definir el sabor del agua o el valor del silencio. Sabes que están ahí, sabes que existen, pero ponerlos en palabras concretas, medibles, contables… es otra historia.
Le hablé de blockchain, de tokens, de oferta y demanda, de minería digital. Le conté sobre la escasez programada de Bitcoin y cómo funcionan las stablecoins. Pero más allá de los tecnicismos, lo que verdaderamente me costó trabajo explicar fue por qué algo que no se puede ver ni tocar puede tener tanto valor. ¿Qué lo respalda? ¿Por qué vale lo que vale?
Y ahí me cayó el veinte: esta dificultad para explicar lo intangible no es exclusiva de las criptomonedas. Es un reflejo de la transformación que estamos viviendo.
Una transformación silenciosa, pero poderosa.
La percepción lo es todo
Hace unos días leí una columna de Juan Villoro en el periódico Reforma, donde hablaba de la economía de la atención. Aunque él lo enfocaba desde una perspectiva más cultural y mediática, el concepto me hizo mucho sentido desde lo empresarial.
Vivimos en una era donde el valor de tu empresa ya no está solo en lo que se produce, sino en lo que se percibe. Ya no basta con tener algo, ahora toma mayor relevancia el quién lo mira, cuánto tiempo le dedica, si lo comparte o no, si lo recuerda.
Lo que estamos presenciando es un cambio profundo en la forma en que entendemos y asignamos valor.
Yo mismo lo experimenté hace más de una década cuando vendí una empresa que fundé. Cuando recibí una oferta de compra, lo primero que hice fue sentarme con un contador. Revisamos inventario, cartera de clientes, activos tangibles, pasivos, proyecciones de ingresos. Había cierta lógica, cierta estructura, cierta “ciencia” detrás de la valuación. No era perfecto, pero al menos había parámetros claros.
Hoy, eso ya no es suficiente.
Hoy, una empresa puede no tener oficinas, ni almacén, ni personal fijo… y aún así valer millones. ¿Por qué? Porque tiene algo que no se puede tocar, pero que todos quieren: presencia digital.
Es ahí donde entra este concepto que cada vez deberíamos usar más: capital digital.
El capital digital es todo aquello que una empresa ha construido en el entorno digital y que genera valor: su comunidad en redes sociales, su base de datos de clientes, el tráfico a su sitio web, su posicionamiento en buscadores, sus activos de contenido (videos, artículos, podcasts), su reputación en línea, su autoridad en su nicho.
No es fácil de medir, pero es evidente cuando está bien trabajado.
Una cuenta con 10,000 seguidores reales que interactúan y compran, vale más que una con 100,000 seguidores fantasmas. Un blog con 5,000 visitas mensuales de calidad puede representar más ingresos que una tienda física en una buena avenida. Una lista de correos electrónicos segmentada, con gente que abre y responde, es más poderosa que muchos anuncios pagados.
Y sin embargo, seguimos sin verlo del todo claro.
Muchos emprendedores aún piensan que invertir en digital es “gastar en marketing” o “hacer ruido en redes”. No lo ven como lo que realmente es: construir un activo. Un activo que no solo mejora la operación del presente, sino que potencializa el valor futuro del proyecto.
Relacionado: Contenido que vende: por qué la viralidad no garantiza resultados
El capital digital debe formar parte de la matriz de tu empresa. Demanda estar en los presupuestos. Así como asignamos dinero para pagar renta, luz, sueldos o inventario, también deberíamos tener partidas para contenido, posicionamiento, automatización, plataformas, analítica, reputación, desarrollo web, email marketing.
Pero no se trata solo de dinero. Se trata de mentalidad.
No basta con “tener redes sociales”, hay que construir comunidad. No basta con “tener página web”, hay que generar tráfico, contenido, conversión. No basta con subir cualquier cosa, hay que construir una narrativa, una presencia, una relación real con tu audiencia. Convertir las métricas en activos digitales con un valor real para tu empresa.
Ojo, esto se extiende también a las marcas personales.
Tu LinkedIn, tu canal de YouTube, tu podcast, tu boletín, tus publicaciones… todo eso es capital. Capital que suma o resta. Capital que puede abrir puertas, atraer inversionistas, generar oportunidades o simplemente dejarte en la irrelevancia digital.
No tengas duda de que construir una marca personal sólida, como líder en tu empresa, le va a agregar un valor exponencial no solo a tu marca personal sino al capital digital de la misma. Por eso no sorprende hoy en día ver a todos los CEOs de las empresas más importantes invertir tiempo y atención en la construcción de su marca personal.
Relacionado: La marca personal del líder: un activo estratégico, no vanidad
Volviendo a la conversación con mi amigo: tal vez no logré explicarle todo sobre criptomonedas, pero salí de ahí con una certeza. No es necesario entender cómo funciona el blockchain para entender que hoy lo intangible importa tanto como lo tangible. Y que si no empezamos a construir capital digital —y a valorarlo como lo que es— estamos dejando fuera una parte crucial del patrimonio de nuestras empresas.
El valor de lo que haces ya no solo está en lo que vendes.
Está en quién te escucha, quién te sigue, quién te cree, quién te comparte y quién te busca cuando te necesita.
Lo que no se ve… también vale. Y muchas veces, más de lo que crees.
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