Cerrar ciclos también es una forma de crecer

Soltar un proyecto no siempre es una derrota; a veces es la decisión más estratégica que un líder puede tomar.

Por Zulma Herrera García | Dic 15, 2025
Vasyl Dolmatov | Getty Images
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Las opiniones expresadas por los colaboradores de Entrepreneur son personales.

Conclusiones Clave

  • Persistir no siempre es sinónimo de liderazgo: saber cerrar también es una habilidad estratégica.
  • El verdadero costo de no soltar está en el efecto de oportunidad y en el desgaste emocional del equipo.
  • Mantener proyectos inviables puede parecer lealtad, pero suele ser una forma silenciosa de sabotaje.

Un director revisa los números por quinta ocasión en el mes. El proyecto que impulsó con entusiasmo hace dos años dejó de ser rentable. Los clientes se alejaron y el equipo perdió motivación. Seis meses después, la empresa permanece activa en el papel, pero internamente se encuentra agotada. Y él, exhausto, se pregunta por qué nadie le advirtió que soltar también forma parte de construir.

La cultura empresarial exalta la persistencia. Enseña que los ganadores jamás se detienen, que cada obstáculo encierra una oportunidad y que abandonar equivale a fracasar; sin embargo, esa narrativa omite una verdad incómoda: en ocasiones, la decisión más valiente y estratégica consiste en cerrar la puerta a tiempo.

El mito del esfuerzo infinito

Existe una trampa peligrosa en la idea de que todo proyecto merece rescatarse. Emprendedores y directivos caen en ella cuando confunden compromiso con obstinación, cuando destinan recursos a sostener algo que perdió sentido solo porque “la inversión ya fue demasiado alta”. Ese razonamiento provoca más quiebras emocionales y financieras de las que se suele reconocer.

A lo largo de los años, he observado empresas que destinan presupuestos completos a productos que el mercado rechazó tiempo atrás. He acompañado a líderes que sostienen sociedades desgastadas por temor a reconocer que se equivocaron al elegir a su socio. También he visto equipos enteros dedicarse a iniciativas que todos detectan como fallidas, aunque nadie se atreve a expresarlo en voz alta.

El problema no radica en que un proyecto fracase. El costo aparece en el efecto de oportunidad: cada minuto, cada peso y cada gramo de energía destinados a sostener lo insostenible representan recursos que se restan a iniciativas con potencial. Mantener proyectos “zombis” no demuestra lealtad; es un sabotaje disfrazado de profesionalismo.

Relacionado: El éxito de la noche a la mañana es una mentira: Así como 22 fracasos me enseñaron la realidad del éxito

Leer los ciclos con honestidad

No todo está hecho para durar. Hay proyectos que nacen con fecha de caducidad, alianzas que cumplen su propósito y luego se agotan, modelos de negocio que funcionan en un contexto y colapsan en otro. Reconocer esto no es una derrota. Es inteligencia estratégica.

Los líderes modernos entienden que su trabajo incluye evaluar con honestidad qué vale la pena salvar. Un cierre adecuado libera recursos, recupera el enfoque y permite que la organización respire. Además, protege la salud emocional de los equipos, que dejan de sostener un optimismo forzado frente a una causa perdida.

Pero para cerrar con claridad, primero es necesario aprender a leer las señales. Estas señales se encuentran en los datos que evitamos revisar, en las conversaciones difíciles que posponemos y en esa sensación de que algo dejó de avanzar. Se reflejan en el equipo que ya no propone ideas y en los clientes que ya no regresaron.

Relacionado: He trabajado con decenas de emprendedores exitosos, pero insatisfechos. Aquí te digo cómo les ayudé a encontrar su propósito

Un acto de liderazgo

Seamos honestos. Cerrar un ciclo con intención es radicalmente distinto a abandonar por cansancio. Implica comunicar las razones, reconocer el esfuerzo invertido, documentar los aprendizajes y despedir el proyecto con la misma seriedad con la que inició. El talento respeta a los líderes que asumen decisiones difíciles con transparencia, no a quienes permiten que la iniciativa se apague lentamente por omisión.

Crecer también significa soltar. La madurez empresarial, desde mi punto de vista, se refleja en la capacidad de distinguir entre lo que merece defenderse y lo que requiere un cierre estratégico. El liderazgo no consiste en aferrarse a cada decisión tomada, sino en ejercer la flexibilidad necesaria para ajustar el rumbo cuando el mercado lo demanda.

La próxima vez que defiendas un proyecto en el que nadie más cree, pregúntate: ¿lo sostengo porque tiene futuro o porque me cuesta aceptar que terminó? La respuesta define la diferencia entre una organización que evoluciona y otra que se queda atrapada en su propia nostalgia.

Cerrar ciclos no es rendirse. Es reconocer que algunos capítulos concluyen para abrir espacio a los que siguen. Y que a veces, la mejor decisión que puedes tomar es decir: hasta aquí llegó, y está bien.

Relacionado: ¿Estás dirigiendo tu negocio o tu negocio te está dirigiendo a ti? Cómo salir del “modo fundador” y aprender a soltar

Conclusiones Clave

  • Persistir no siempre es sinónimo de liderazgo: saber cerrar también es una habilidad estratégica.
  • El verdadero costo de no soltar está en el efecto de oportunidad y en el desgaste emocional del equipo.
  • Mantener proyectos inviables puede parecer lealtad, pero suele ser una forma silenciosa de sabotaje.

Un director revisa los números por quinta ocasión en el mes. El proyecto que impulsó con entusiasmo hace dos años dejó de ser rentable. Los clientes se alejaron y el equipo perdió motivación. Seis meses después, la empresa permanece activa en el papel, pero internamente se encuentra agotada. Y él, exhausto, se pregunta por qué nadie le advirtió que soltar también forma parte de construir.

La cultura empresarial exalta la persistencia. Enseña que los ganadores jamás se detienen, que cada obstáculo encierra una oportunidad y que abandonar equivale a fracasar; sin embargo, esa narrativa omite una verdad incómoda: en ocasiones, la decisión más valiente y estratégica consiste en cerrar la puerta a tiempo.

El mito del esfuerzo infinito

Existe una trampa peligrosa en la idea de que todo proyecto merece rescatarse. Emprendedores y directivos caen en ella cuando confunden compromiso con obstinación, cuando destinan recursos a sostener algo que perdió sentido solo porque “la inversión ya fue demasiado alta”. Ese razonamiento provoca más quiebras emocionales y financieras de las que se suele reconocer.

A lo largo de los años, he observado empresas que destinan presupuestos completos a productos que el mercado rechazó tiempo atrás. He acompañado a líderes que sostienen sociedades desgastadas por temor a reconocer que se equivocaron al elegir a su socio. También he visto equipos enteros dedicarse a iniciativas que todos detectan como fallidas, aunque nadie se atreve a expresarlo en voz alta.

El problema no radica en que un proyecto fracase. El costo aparece en el efecto de oportunidad: cada minuto, cada peso y cada gramo de energía destinados a sostener lo insostenible representan recursos que se restan a iniciativas con potencial. Mantener proyectos “zombis” no demuestra lealtad; es un sabotaje disfrazado de profesionalismo.

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Leer los ciclos con honestidad

No todo está hecho para durar. Hay proyectos que nacen con fecha de caducidad, alianzas que cumplen su propósito y luego se agotan, modelos de negocio que funcionan en un contexto y colapsan en otro. Reconocer esto no es una derrota. Es inteligencia estratégica.

Los líderes modernos entienden que su trabajo incluye evaluar con honestidad qué vale la pena salvar. Un cierre adecuado libera recursos, recupera el enfoque y permite que la organización respire. Además, protege la salud emocional de los equipos, que dejan de sostener un optimismo forzado frente a una causa perdida.

Pero para cerrar con claridad, primero es necesario aprender a leer las señales. Estas señales se encuentran en los datos que evitamos revisar, en las conversaciones difíciles que posponemos y en esa sensación de que algo dejó de avanzar. Se reflejan en el equipo que ya no propone ideas y en los clientes que ya no regresaron.

Relacionado: He trabajado con decenas de emprendedores exitosos, pero insatisfechos. Aquí te digo cómo les ayudé a encontrar su propósito

Un acto de liderazgo

Seamos honestos. Cerrar un ciclo con intención es radicalmente distinto a abandonar por cansancio. Implica comunicar las razones, reconocer el esfuerzo invertido, documentar los aprendizajes y despedir el proyecto con la misma seriedad con la que inició. El talento respeta a los líderes que asumen decisiones difíciles con transparencia, no a quienes permiten que la iniciativa se apague lentamente por omisión.

Crecer también significa soltar. La madurez empresarial, desde mi punto de vista, se refleja en la capacidad de distinguir entre lo que merece defenderse y lo que requiere un cierre estratégico. El liderazgo no consiste en aferrarse a cada decisión tomada, sino en ejercer la flexibilidad necesaria para ajustar el rumbo cuando el mercado lo demanda.

La próxima vez que defiendas un proyecto en el que nadie más cree, pregúntate: ¿lo sostengo porque tiene futuro o porque me cuesta aceptar que terminó? La respuesta define la diferencia entre una organización que evoluciona y otra que se queda atrapada en su propia nostalgia.

Cerrar ciclos no es rendirse. Es reconocer que algunos capítulos concluyen para abrir espacio a los que siguen. Y que a veces, la mejor decisión que puedes tomar es decir: hasta aquí llegó, y está bien.

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